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viernes, 20 de julio de 2012

Austeridad española versus austeridad alemana (1)



A juzgar por lo que leemos, vemos y oímos, no hay duda de que de esta crisis que padecemos sólo podemos salir aplicando grandes dosis de austeridad a casi todo lo que hacemos, ya sea como gasto monetario o no monetario pero con consecuencias ecológicas.

Sin embargo, la austeridad casa mal con algunas de las actividades esenciales e inherentes al mismísimo sistema de economía de mercado en el que vivimos y del cual vivimos. Naturalmente, nos estamos refiriendo a lo que irónicamente podríamos llamar la Santísima Trinidad del sistema económico actual: la producción, el mercado y el consumo. 

Pero aclaremos brevemente esos conceptos para saber a qué  nos estamos refiriendo. Empecemos por el último: el consumo. Efectivamente, la capacidad del sistema para generar recursos económicos a cada una de las personas que lo constituyen, tiene en el consumo de los bienes producidos uno de sus fundamentos funcionales: sin consumo suficiente, los bienes producidos se inmovilizan y el sistema se colapsa.

 El otro fundamento, claro está, es la actividad previa e imprescindible que hace posible el consumo, es decir,  la producción de los bienes. Aunque no todo lo que consumimos ha sido producido por la actividad humana. La naturaleza de la que formamos parte, es la fuente independiente que pone a nuestra disposición buena parte de los recursos que necesitamos, y ello, de una forma más o menos gratuita. Gracias a esos bienes naturales, podemos organizar la cadena de producción de bienes consumibles a cambio de dinero, es decir,  la empresa productiva y el intercambio comercial y con ellos, la existencia misma del dinero y del salario. 

 A partir de aquí,  aparece el tercer concepto fundamental: el mercado, o lugar en el espacio tiempo (aunque sea virtual) en el que se cierra el círculo, pues allí se produce la transformación en dinero de esos bienes y con ello llegamos al consumo, esta vez definitivo, de los bienes producidos. Aunque no se trata exactamente de un círculo, sino más bien de una espiral, pues es en el mercado donde la transacción produce el todopoderoso excedente monetario, bien supremo del sistema que permite su continuidad y sobretodo su ampliación a los que carecen de recursos suficientes para sobrevivir. He aquí su justificación: cuanto más excedente más capacidad de dotar de recursos a los que aún no los tienen es decir, cuanta más desigualdad más igualdad. De aquí, que el excedente o beneficio monetario, se constituya en el objetivo fundamental, el verdadero Dios del sistema que así es Uno y Trino a la vez, como el famoso misterio católico. Por tanto, la economía de mercado, como la religión,  resulta algo incomprensible que descansa en la fe, aquí llamada confianza. 

Bien, baste este pequeño resumen para ponernos de acuerdo mis lectores y yo en que estos son los fundamentos del sistema que hoy está en fase crítica, al menos por estos lares. Crisis que se inscribe en ese territorio mistérico al que nos referíamos, y que es entendida como una enfermedad, en el sentido medieval, como si se tratara de un mal funcionamiento de los humores, un desequilibrio entre ellos que de no corregirse conduce al colapso total.

  A ese diagnostico contribuyen los obscuros doctores, verdaderos expertos en la alquimia que convierte el humo en oro. Todos ellos, desde las cátedras medievales modernas que son esas empresas de consultoría, y esos medios periodísticos especializados, verdaderos púlpitos de tipografías góticas, han girado sus pulgares hacia abajo y han pronunciado su diagnóstico: el sistema está enfermo no por culpa de los excesos de beneficios, sino por culpa del desenfreno, el despilfarro y la sensualidad que produce el  mal uso del exceso de abundancia. “The party is over” han tronado y luego, como si fueran el dominico Savonarola han dirigido su mirada severa hacia las clases populares, han levantado su dedo acusador  y han lanzado la pregunta aterradora: “Who will pay the bill?”. 

 A continuación, han dividido el mundo entre los justos y los pecadores y dirigiendo su complacida y benévola mirada hacia los fieles, puros y nobles pueblos germánicos y nórdicos luteranos en general, la han vuelto de nuevo contra nosotros y han pronunciado las palabras mágicas: la austeridad alemana. Y nos han prescrito este  remedio que podrá hacer recobrar la salud al sistema siempre y cuando se aplique con el suficiente rigor, severidad, rigidez, gravedad y parquedad, necesarias.

A partir de aquí ya sabemos lo  que nos toca: Penitenciagite! (O sea Penitentiam Agite, 'haced penitencia'. Esta frase del libro de Umberto Eco El nombre de la rosa, parece ser que era el grito de los dulcinitas (religiosos fundamentalistas) cuando mataban al clero rico.)

Pero no, no pretendo decir que haya que matar a nadie. Bromas aparte y retomando el principio, lo que me gustaría examinar es en qué consiste eso de la austeridad alemana. Eso será otro día.


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