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domingo, 12 de septiembre de 2010

JEREMY RIFKIN: LA CIVILIZACIÓN EMPÁTICA



¿Y tú qué harías en mi lugar…?

Jeremy Rifkin: “La civilización Empática” ed. Paidós, Barcelona 2010


Cumplo años poco antes del verano, y una persona muy querida, con mucho criterio y que está siempre muy atenta a lo que pasa en el mundo de los libros, tuvo el detalle de obsequiarme con este interesante trabajo. De la Wikipedia, extraigo que el autor es economista y experto en relaciones internacionales, ha escrito numerosos libros, algunos con gran difusión, como “El fin del trabajo”(1995) o “la Era del Hidrógeno” (2002), o “El sueño Europeo” (2004). También es un articulista habitual en los periódicos más influyentes, orador, activista, y asesor político de la Unión Europea y de diversos jefes de Estado, como R. Prodi y J. L. Rodríguez Zapatero. También fue asesor de Al Gore y entre los que le tienen en cuenta se encuentra el actual presidente de los EEUU. Barak Obama. Tras la lectura de este grueso volumen de más de 600 páginas, me sumo a los que consideran a Rifkin uno de los divulgadores intelectuales más importantes de nuestro tiempo y me veo en la necesidad de recoger sus muchas ideas, para mi mejor entendimiento en primer lugar, pero también para incitar al debate a los amigos, por lo general sanamente escépticos, que tengan la gentileza de leer estas páginas.

Su libro está centrado en el concepto de Empatía. Rifkin entiende la empatía como una fuerza motriz en el desarrollo de la historia humana, a la vez que un horizonte hacia el que la humanidad camina casi desde el primer albor en que se constituyó como especie.

Introducción

1. La paradoja oculta de la historia humana

En las primeras páginas traza la breve historia de este término el cual apareció en la literatura psicológica hace apenas un siglo, prestado de la Estética alemana que utilizó el término Einfühlung para referirse a cómo el observador de la obra de arte proyecta su sensibilidad en ella. Más tarde, el filosofo alemán W. Dilthey utilizó el término para describir el proceso mental por el que una persona entra en el ser de otra y acaba sabiendo cómo siente y cómo piensa. En 1909, el psicólogo estadounidense E.B. Titchener, discípulo del famoso W. Wundt que pasa por ser el padre de la psicología moderna, tradujo el término alemán por la palabra inglesa empathy. En sus inicios, el término y sus derivados como empático y empatizar añadieron un matiz de participación activa al popular término simpatía ya que implicaba la voluntad del observador. Desde entonces, según Rifkin, la importancia que se ha dado en la psicología y en otras ciencias a la empatía ha ido creciendo constantemente hasta que, según Rifkin, ha pasado a ocupar el lugar central para la explicación de lo que significa la naturaleza humana.

A la necesaria pregunta de por qué si la empatía es tan determinante en la historia de la humanidad cómo es que hasta hace tan poco tiempo casi nadie había hablado de ella, Rifkin responde argumentando que el ser humano no pudo reconocer su existencia hasta que su individualidad se desarrolló lo suficiente como para permitirle reflexionar sobre la naturaleza de sus pensamientos y sentimientos más íntimos en relación con los de los demás, es decir hasta que el discurso psicológico no se desarrolló suficientemente y dio lugar a lo que él llama la edad de la psicología y la conciencia terapéutica que es uno de los pilares que fundamentan la explicación de lo que ha ocurrido en el siglo XX. Esa relación entre individualización y empatía es esencial en las teorías de Rifkin. Cuanto más individualizado está el yo, más intensa es la sensación de que nuestra existencia es única, finita, y mortal, más profunda es la conciencia de nuestra soledad existencial y la de los muchos y difíciles retos que hemos de afrontar para poder sobrevivir y prosperar. Son éstas precisamente las sensaciones que nos permiten sentir empatía con las sensaciones similares de los demás. Para Rifkin, la extensión social de la empatía a un cada vez mayor número de personas, con sus altos y bajos a lo largo de la historia, ha sido el mecanismo psicológico que ha permitido el proceso de conversión y transformación de eso que comúnmente se llama civilización. Para Rifkin civilizar es igual a empatizar.

Rifkin encuentra en la Biología un respaldo rotundo a la importancia de la empatía en el desarrollo humano, sobre todo a partir del reciente descubrimiento (1990) de las llamadas neuronas espejo, es decir, se ha comprobado experimentalmente que se trata de unas neuronas que en el proceso de observación atenta de otros seres, se activan, pero con la particularidad de que lo hacen en la misma cantidad y en la misma región cerebral que las que se activan en el sujeto observado y permiten a los humanos y a otras especies de animales captar la mente de otros como si la conducta y los pensamientos de esos otros fuesen suyos. Pero esta identificación, y esto es lo notorio, no se produce mediante el razonamiento intelectual, sino por medio de la simulación directa, es decir sintiendo, no pensando. Rifkin destaca que eso significa que estamos cableados para sentir empatía, es parte de nuestra naturaleza y es la base material que nos permite ser seres sociales. También, a su parecer, este descubrimiento es un fuerte argumento contra la tradicional división dualista entre lo mental y lo material ya que lo que se ha observado experimentalmente es que los circuitos neuronales se activan mediante el ejercicio social.

Los resultados de estas investigaciones reabren el debate entre la biología y la cultura, en el sentido en que cuestiona la separación entre lo innato y lo adquirido. Esto no ocurre solamente en el caso de los humanos, al menos así se desprende de las investigaciones en la conducta de muchas especies de animales en las que lo que se suponía puramente hereditario se ha visto que solo se adquiere tras ser igualmente enseñado por sus progenitores. Es además en este campo, el del estudio de los animales, donde las investigaciones están haciendo caer una tras otra las otrora clarísimas diferencias entre el humano y el resto de los animales.

Igualmente, la pedagogía ha visto la necesidad de ajustarse a la importancia de la empatía en el desarrollo de las actividades con los alumnos. Así, la “inteligencia emocional” ha ido revolucionando los planes de estudio, incrementando su presencia y señalando que la extensión y el compromiso empático son buenos indicadores del desarrollo psicológico y social de los niños. De esta manera, se están generando nuevos modelos de enseñanza destinados a transformar la educación y conseguir que en lugar de ser una competición, sea una experiencia de aprendizaje en colaboración. Así mismo, en los EEUU iniciativas como el service learning, o aprendizajes a partir de actividades de voluntariado ha revolucionado la experiencia escolar.

También se encuentran resonancias, cuando no consecuencias directas al desarrollo de la empatía, en el campo del derecho. La Comisión para la Verdad y la Reconciliación creada en Sudáfrica y otras similares surgidas en Irlanda, Argentina, Timor reúnen a los autores de los crímenes con sus víctimas y dan la oportunidad a los verdugos de entender, confesar y pedir perdón y a las víctimas de poder recibir una compensación emocional. Además, la sanción penal puede quedar mitigada, con el consenso de todos, si se percibe sinceridad auténtica en el arrepentimiento.

Pero quizá el lugar más polémico para la aceptación de la importancia real que la psicología actual otorga a la empatía, esté en el campo de la economía en el que han venido reinando desde la ilustración y de manera indiscutida, las teorías que Adam Smith y otros filósofos como Hobbes, elaboraron sobre la verdadera naturaleza del ser humano. Ambos postularon que es el egoísmo el verdadero motor del comportamiento humano y no el interés social, y en el caso de Smith, lo que ocurre es que ese egoísmo acaba siendo útil socialmente. Rifkin cree que aunque estamos aún lejos de haber dejado atrás estas teorías, otras muy distintas se están abriendo camino con un éxito creciente. Así, la noción convencional según la cual toda transacción comercial es una especie de enfrentamiento ha sido desmentida por la colaboración en red basada en estrategias win-win, donde salen ganando las dos partes. Puede ser más rentable compartir riesgos y colaborar sin reservas ni restricciones que enzarzarse en tejer intrigas y manipulaciones maquiavélicas

A la buena noticia de que vamos derechitos a ser plenamente empáticos le sigue una de mala: la empatía no viaja sola, de su mano y indisociablemente, hasta ahora, la acompaña la segunda ley de la termodinámica: la entropía, es decir, que el desarrollo civilizatorio que nos ha permitido individualizarnos y hacernos empáticos con nuestros semejantes y incluso con el resto de la biosfera, conlleva un gasto creciente de energía que va pasando de manera inexorable de disponible a no disponible, de utilizable a no utilizable, del orden al desorden y eso hasta el punto de que precisamente cuando estamos empezando a vislumbrar la posibilidad de una conciencia empática mundial, nos hallemos al borde de una catástrofe en el ecosistema global que puede suponer la extinción de la mayoría de las especies actuales, incluida la humana. El desastre que podemos estar a punto de cometer puede significar una extinción semejante a la que implicaron las otras 5 grandes extinciones que contabilizan los paleontólogos y otros especialistas en la historia de la biosfera.

Finalmente, concluye esta introducción con un planteamiento teleológico que supone que tenemos algo parecido a un destino (él no utiliza ese término) que va más allá de la supervivencia como especie y del ecosistema global. Así, el periplo humano puede tener un propósito, es decir una finalidad: adquirir una profunda sensación de identidad y conseguir una extensión de la empatía a todos los ámbitos de la realidad para de esa manera hacer de la expansión de la conciencia humana el proceso transcendente que permita explorar el misterio de la conciencia y descubrir nuevos ámbitos de significado.

Primera Parte: Homo empathicus

2.La nueva imagen de la naturaleza humana.

A continuación, Rifkin va argumentando sus tesis en tres bloques. En una primera parte trata de definir los rasgos que caracterizan a lo que él llama homo emphaticus. En ese primer bloque, Rifkin busca replantear las claves del desarrollo humano y para ello, trata de rebatir las tesis pesimistas sobre la agresiva naturaleza humana de Hobbes, o la enfatizada búsqueda de la satisfacción de los utilitaristas como John Stuart Mill y sobre todo, las muy influyentes teorías de Freud, a quien dedica el grueso de su contra-argumentación. Para Rifkin, Freud es el último de la vieja guardia. Un narrador excelente que ofreció una defensa laica de la antigua narración patriarcal cuyas raíces se hunden en las grandes civilizaciones hidráulicas del Oriente próximo y lejano y que floreció con las religiones de Abraham y con el confucianismo. Esta cultura patriarcal, en su gran batalla final, se expresa a través de Freud, quien, en sus teorías sobre la identificación de las pulsiones primarias con la satisfacción de la lívido infantil y el comportamiento agresivo, aplicó toda la fuerza del inconsciente recién descubierto a dar argumentos que demostrasen que el dominio del varón forma parte del orden natural. Rifkin argumenta su desacuerdo exponiendo cómo el siglo XX ha visto a la presencia pública y privada de la mujer derrumbar los muros patriarcales e iniciar un proceso de liberación tras muchos siglos de servidumbre y esclavitud. Por otro lado, contrapone a Freud y a sus teorías sobre la agresividad y el erotismo en los bebes, las teorías de un gran número de psicólogos/as pedagogos, médicos como M. Klein, W. Fairbairn, H. Kohut, D. Winnicott, I. Suttie, D. Levy, H. Bakwin, J. Bowlby que contrariamente a Freud creen que no son las pulsiones sexuales insatisfechas lo que marca nuestro desarrollo mental, sino la necesidad innata de compañía (Winnicott) y que ésta, es el medio principal que tiene el niño para garantizar su supervivencia y es el núcleo de la naturaleza humana (Suttie). Las observaciones que etólogos como Lorenz han hecho sobre la conducta animal, resaltando la importancia de la relación de las crías con sus madres al margen de la alimentación ha animado a algunos psiquiatras como Bowlby a remarcar la calidad y equilibrio entre dar seguridad y dar aliento a la exploración, en la relación entre los progenitores y sus hijos, como el factor esencial para adquirir una madurez emocional que permita abordar con éxito la vida social. En general, los científicos cognitivos parecen estar descubriendo que muchas especies de mamíferos manifiestan una conducta sorprendentemente similar a la del ser humano en los aspectos más importantes de la vida social.

3. Una interpretación sensitiva de la evolución biológica.

Igualmente, la observación del comportamiento social animal, da la pista para que algunos antropólogos como R. Dumbar y biólogos como Arbib y lingüistas como D. McNeill crean que más allá del sentido utilitario, que no niegan, del juego y los comportamientos rituales, hay una búsqueda de la cohesión social del grupo y que esa búsqueda de la conexión de sentimientos, emociones, intenciones y deseos, es decir de empatía, implican unas pautas de comunicación gestual que serían el origen del lenguaje humano. Rifkin lanza la hipótesis de que en cada etapa del desarrollo infantil, unas pautas cada vez más complejas de comunicación gestual, activarían las neuronas espejo, formando circuitos de resonancia más complejos que darían lugar al habla. La tesis de que existe una interacción continua entre experiencia y biología es un referente constante en Rifkin y es también la manera de explicar, con el respaldo de otros científicos, la formación de la conciencia empática en el niño. Rifkin utiliza con frecuencia la expresión semi-metafórica “estar cableado” para referirse a que tenemos una posibilidad material para que nos sucedan determinadas cosas, como el desarrollo de la conciencia empática, pero al mismo tiempo insiste en que esas cosas solo ocurrirán si se induce la experiencia de manera intencional, es decir mediante la educación. En cualquier caso la educación empática de los niños, advierte Rifkin, es un proceso complejo que requiere mucha habilidad y no está exenta de riesgos: cuando un niño ha hecho sufrir a otro, generar una sensación de culpa y remordimiento puede tener un efecto terapéutico en la medida en que provoque un intento sincero por reparar el daño causado, pero hay que evitar provocar un sentimiento de vergüenza, auto-desprecio y búsqueda de aislamiento, todo ello contrario a la empatía. Por otro lado, adultos que trabajan o ayudan a personas que sufren mucho pueden sentir la existencia de un umbral empático, más allá del cual la respuesta empática se agota y se siente un retraimiento emocional.

4. El desarrollo del ser humano

Rifkin concluye la caracterización del homo empathicus con una interesante comparación entre los métodos educativos estadounidenses, con su larga tradición individualista centrada en realzar la autoestima del niño, con la tradición educativa de las culturas asiáticas donde la crianza se ha centrado en que el niño se convierta en una parte armoniosa de la sociedad. Por ejemplo, una mala conducta que perjudica a otro, en EEUU, se intenta corregir instando a reflexionar sobre el efecto que ésta puede tener en la autoestima del otro y del efecto que hubiera tenido en la propia si el afectado hubiera sido él, en cambió, en Japón, de manera habitual, hay un momento al final de cada jornada escolar en que se pide a los niños que reflexionen sobre si su actuación individual o colectiva ha estado o no a la altura de los objetivos de la clase. Por tanto, una mala conducta hacia otro implica una reflexión sobre el daño causado a la armonía de las relaciones en el aula.

5. Replantear el significado del periplo humano.

Rifkin también reflexiona sobre los obstáculos que han supuesto las creencias filosóficas y religiosas en la formación de la conciencia empática. En ese sentido, señala que todas las grandes religiones occidentales y orientales, pero también la ciencia moderna y la filosofía racional de la ilustración, han menospreciado la existencia corporal o han negado su importancia, contraponiendo siempre la supremacía absoluta de la Fe o la Razón. La creencia de que el cuerpo no es de fiar, y las emociones aún menos, ha sido una idea dominante hasta nuestros días. Hoy, sin embargo, se va abriendo paso una teoría de la mente que tiene como base el aparato sensorial y el flujo emocional de las experiencias relacionales, las cuales el cerebro y el sistema nervioso organiza y, de esta manera, establece los límites a la manera de captar la realidad. Es decir, que la experiencia corpórea es la forma en que los seres humanos consiguen establecer las conexiones que componen lo que llamamos realidad. Sin embargo, según Rifkin, cuesta aceptar la idea de que la realidad sea un conjunto de interpretaciones colectivas del mundo que nos rodea y que se han ido creando a través de las relaciones de las que formamos parte. Pero aunque cueste, es así, y por tanto, el cartesiano “pienso luego existo” debe transformarse en “participo, luego existo. Es más, el significado de la existencia, de la vida es formar relaciones con otros para sentir de la manera más profunda posible la realidad de la existencia.

De estas reflexiones, deriva Rifkin la forma en que nos debemos replantear la libertad, el valor o coraje y la igualdad. Desde el punto de vista racional, la libertad es una libertad negativa: la libertad de excluir, de ser independiente de los demás, de ser autosuficiente. Para el enfoque corpóreo, la libertad significa poder optimizar plenamente el potencial de nuestra vida, y la vida plenamente realizada es una vida de compañía, afecto y pertenencia que se consigue mediante relaciones cada vez más profundas y significativas. La verdadera libertad exige ejercer la propia vulnerabilidad en lugar de ser invulnerables, pues cuanto más vulnerables, más abiertos estamos a otras personas, a la comunicación en el nivel más profundo de la interacción humana. Ser y mostrarse vulnerable es confiar en nuestros semejantes. En cierto sentido, Rifkin le da la vuelta al imperativo ético kantiano ya que afirma que confiar es creer que los demás nos trataran como un fin, nunca como un medio; que no seremos usados ni manipulados para servir los fines de otros. Por tanto, la verdadera valentía consiste en mostrarnos a los demás tal como somos, con todos nuestros defectos.

Respecto a la igualdad, pareja de la libertad, los filósofos de la corporalidad consideran que la extensión empática es su base. El acto mismo de identificación con la lucha de otra persona como si fuera nuestra es la expresión suprema del sentido de la igualdad. Entonces, la igualdad no se fundamenta en la igualdad racionalista de derechos legales o económicos, sino en la idea y el sentimiento de que el otro ser es tan único y mortal como nosotros y merece el mismo derecho a prosperar. Rifkin piensa que a la igualdad se llega optimizando los derechos sociales y creando condiciones que alimenten la extensión empática con el fin de nivelar las jerarquías tradicionales y reducir las distinciones sociales. La empatía es para Rifkin el alma de la democracia, es el reconocimiento de que cada vida es única y digna de la misma consideración en la esfera pública.

Rifkin también afronta el tema de la mortalidad. Dar una respuesta a la finitud de nuestra existencia es el motivo de fondo de las grandes religiones, pero también de las filosofías laicas de la ilustración que inventaron la noción de un progreso sin fin, expansivo, intemporal, una forma de engañar a la muerte. La ciencia y la tecnología nos rescatan del caos, garantizan nuestra seguridad y, a la larga, nuestra inmortalidad. Perfección, eficiencia, obsesiones de la modernidad, equivalen a comprar tiempo, a alejar la decadencia, es decir, la muerte. En cambio, la empatía transciende la muerte de una manera diferente: reconoce la fragilidad para poder vivir la vida con plenitud. Cuando aceptamos la muerte también afirmamos la vida.

Respecto a la fe, Rifkin analiza lo que considera son sus tres pilares: sobrecogimiento, confianza y transcendencia y considera que esos también son los fundamentos de la empatía. Afirma que la conciencia empática surge del sobrecogimiento como el sentimiento de profunda reverencia que suscita en nosotros eso que llamamos existencia. Sin capacidad de asombro, no hay imaginación ni capacidad para empatizar. Por otro lado, sin confianza no hay empatía y al contrario, la empatía invita a sentir la totalidad, a participar de todo, de conocerlo todo, de pertenecer a todo. En la edad de la empatía, la espiritualidad substituye a la religiosidad, es un viaje de descubrimiento, en el que la experiencia corpórea se convierte en guía que alimenta la transcendencia. La razón se convierte en un elemento más, imprescindible, pero no único, ya que estructurándose con las experiencias corpóreas permite entrar en comunión con los innumerables otros que se extienden más allá de nuestro ser físico.

En el plano ético, también es la empatía el fundamento de la autoridad moral que hasta este momento ha sido incorpórea en la ortodoxia dominante. La conciencia empática no se basa en un código moral impuesto desde el exterior sino de un entorno familiar y comunitario que lo alimenta. La sociedad debe ofrecer el contexto social y público adecuado que facilite el aprendizaje y la práctica. La bondad en la persona es posible porque sentir empatía forma parte de su naturaleza. En ese sentido, Rifkin propone una definición: ser verdaderamente humano es sentir una empatía universal y dotar de rectitud moral la propia experiencia corpórea.

Segunda parte: empatía y civilización.

6. El cerebro teológico y la economía patriarcal de la Antigüedad.

En el segundo bloque, Rifkin enfoca las relaciones entre empatía i civilización a lo largo de la historia. Siguiendo la opinión de antropólogos americanos como G. MacCurdy, L. White, H. Odum, Rifkin postula la inseparable relación entre cultura y energía, de modo que para el sostenimiento y desarrollo de una sociedad lo más importante es poder disponer de la energía suficiente. Así, cada civilización de éxito, que ha perdurado en el tiempo y ha hecho historia viene de la mano de una revolución en el uso y aprovechamiento de la energía. Pero no es el único factor responsable de ese éxito. Las grandes revoluciones económicas de la historia se han producido cuando han convergido nuevos regímenes de energía con nuevas revoluciones en las comunicaciones. Hay como tres elementos básicos: las revoluciones en la obtención de la energía, las revoluciones en las formas de comunicación y las consecuencias entrópicas que esas revoluciones han supuesto. Esos tres elementos definen una tipología de conciencia, una forma en que el cerebro humano entiende y organiza la realidad y también la vigencia del orden social, económico, político, cultural, en cada momento civilizatorio. Y cada uno de esos momentos se corresponde con una etapa en el desarrollo de la empatía, de manera que, aunque de forma irregular, a veces con grandes saltos, pero otras veces de manera muy lenta, e incluso con retrocesos ocasionales, la línea divisoria entre “nosotros” y los “otros” se va desplazando y reduciendo.

En los tiempos del paleolítico, cuando el ser humano vivía de la recolección y de la caza ocasional, el hombre vivía en colectividad, en tribus pequeñas, con poco sentido de la individualidad y poca capacidad para distinguir lo material de lo espiritual, lo real de lo imaginario, con una noción muy limitada del pasado y ninguna del futuro, siempre sometido a fuerzas poderosas que actuaban sobre él. Es decir, vivía en una conciencia mitológica en la que el “yo” era sustituido por el “nosotros” tribal. En esas condiciones no es posible la empatía.

Con la llegada del Neolítico y su régimen energético basado en la agricultura, empezamos a vislumbrar el surgimiento de la individualidad y de la conciencia empática. El excedente energético que supuso, hizo posible ese cambió en la conciencia. Pero fueron las antiguas civilizaciones del Oriente Medio las que potenciaron enormemente ese cambio. Ellas crearon sistemas hidráulicos complejos que permitieron una agricultura capaz de alimentar grandes concentraciones humanas y dar lugar a los primeros asentamientos urbanos. Al mismo tiempo que se generaban oficios especializados con instrucciones precisas de ejecución y ejércitos de burócratas para administrar el almacenamiento y distribución de los cereales. Ello no hubiera sido posible sin una revolución análoga en los sistemas de comunicación: la invención de la escritura cuneiforme. Otras sociedades como la China, la India o México crearon sistemas análogos y cada una un sistema propio de escritura para administrarlos.

Pero llego la crisis entrópica. Se llego a un punto, en que las grandes obras hidráulicas y los sistemas de riego masivo acabaron provocando la salinización del suelo, la pérdida de fertilidad y finalmente el declive y desaparición de esas civilizaciones. Un destino parecido han tenido otros momentos históricos, como la civilización greco romana, la primera y segunda revolución industrial, que se corresponden con descubrimientos y revoluciones tecnológicas que provocan la disponibilidad de cantidades crecientes de energía, se acompañan de revoluciones en las comunicaciones, cambios en las conciencias, en las relaciones familiares y personales, en las costumbres sociales, en las creencias religiosas, en el propio concepto que se tiene del ser humano, en las relaciones con los animales y con la tierra en general.

Cada sociedad y cada civilización de la historia han urdido una narración cosmológica elaborada que refleja fielmente sus laberínticas relaciones sociales. Así, las culturas orales viven sumidas en una conciencia y una narración mitológica. Más tarde, cuando las culturas hidráulicas hicieron su aparición, la cultura oral fue substituyéndose por los relatos escritos y eso provocó un cambió, una nueva etapa en la conciencia: la conciencia teológica. El Código de Hammurabi reconoció de una manera formal al individuo como un ser separado, individual, por primera vez en la historia. Estableció una guía objetiva para juzgar la conducta social en relación con la propia. Por su parte, la escritura como medio de comunicación aparece con tremendo ímpetu en el pueblo judío, a los que aún hoy se les llama “el pueblo del Libro”. El relato judío supone la substitución de la conciencia mitológica, con un relato oral, con unas deidades que hablaban a un “nosotros” colectivo, por una conciencia teológica, en la que un único Dios universal i omnipotente entabla un diálogo con cada ser humano. Rifkin remarca que en cada cultura, el medio de comunicación empleado conforma la conciencia misma que lo utiliza. La cultura oral, basada en el oído, es una experiencia participativa y envolvente. Lo que cuenta es el significado colectivo que establece el grupo y la vida se vive públicamente, mientras que la intimidad mental es vista con recelo. En cambio, la escritura introduce la idea de privaticidad, de hecho, vista con desconfianza, poco de fiar y de ahí la supervivencia del término “auditar” proveniente de la lectura en voz alta de los libros de cuentas en la Edad Media. También introduce un vocabulario mucho más amplio y variado para describir los estados de ánimo y entender los pensamientos y sentimientos de los demás. Así, la comunicación se individualiza, surge la posibilidad del autoanálisis y la extensión empática se hace más profunda. Igualmente importante es que las culturas escritas proporcionan la noción de una historia en común, lo que posibilita la identificación con la lucha de los otros.

7. La Roma cosmopolita y el ascenso del cristianismo urbano.

La ciudadanía casi universal que proporciono Roma más la difusión de los principios de igualdad que aportaba el mensaje cristiano: “amaras a tu prójimo como a ti mismo” contribuyeron a desarrollar aún más a desarrollar los sentimientos empáticos. El derrumbe de la civilización romana debida a la reducción de la fertilidad de sus tierras y a una producción agrícola que proporcionaba energía insuficiente para mantener su infraestructura y el bienestar de sus ciudadanos, fue la consecuencia de la inevitable factura entrópica y acabo secando la oleada empática que había brotado del espíritu cosmopolita de sus ciudadanos.

8. La revolución industrial incipiente de la Baja Edad Media y el nacimiento del humanismo.

Ese paréntesis de 500 años termina con la revolución económica de la Baja Edad Media con la introducción de nuevos modelos para la obtención de energía: los molinos de viento y de agua que a diferencia de las grandes obras hidráulicas de los imperios de antaño, muy centralizados y burocratizados y que exigía contratar o esclavizar a cantidades muy grandes de personas, la energía obtenida de los molinos era totalmente descentralizada, de fácil acceso y se podía aprovechar con unas proporciones relativamente pequeñas de trabajo y capital. Rifkin afirma que esta tecnología dio un nuevo ímpetu a la noción de autonomía individual.

La aparición de la imprenta supuso una nueva revolución en las comunicaciones y hizo posible el éxito de la reforma protestante. Todo ello, supuso un nuevo salto en la conciencia individual dando lugar al concepto de autoría y a la correlación entre salvación religiosa y éxito personal en el mercado, tal y como relacionó Max Weber en su célebre libro sobre la ética protestante del trabajo. Igualmente, produjo un cambio radical en la conciencia dando lugar a la popularización del propio término “autoconciencia” y a la valoración positiva de la privaticidad que la burguesía de siglo XVII pasaría a considerarla un derecho inalienable.

Eso se tradujo en cambios en la vida íntima de las personas, por ejemplo en el interior de las casas que pasaron a tener muchos más espacios diferenciados o habitaciones, con cambios en el mobiliario: aparición de la silla, de la cama permanente y con dosel. Poco a poco la práctica de pasar la noche a solas y a puerta cerrada se hizo común.

Algunos de los mayores cambios se dieron en las nociones de matrimonio, donde el matrimonio por amor, libremente elegido por los cónyuges fue haciéndose cada vez más frecuente, y fueron también apareciendo respetadas opiniones como la de J. Locke que en su obra Dos ensayos sobre el gobierno civil (1689) limitaba el derecho del esposo a ejercer una autoridad absoluta sobre la esposa e hijos que contribuyó a una mejora en la situación de la mujer, por lo menos entre la burguesía.

Otro efecto de esos cambios en la conciencia dio lugar a la creación del concepto de infancia y a una mejora en los métodos de educación hasta entonces basados en el maltrato que las prisas protestantes por imponer el patriarcado habían acentuado. Surgieron los libros infantiles, las tiendas de juguetes, se popularizó el “papa” y “mama”, se abandonó la práctica de enfajar a los bebes de pies a cabeza, se volvió a dar el pecho, dejando en desuso el empleo de nodrizas y los azotes disminuyeron. Todos estos cambios contribuyen y a la vez expresan la extensión de la empatía. De igual manera, la empatía creció con la consolidación del Estado nacional que proporcionó una identidad colectiva a cantidades cada vez más grandes de personas libres y autónomas.

En definitiva que aunque fue una parte pequeña y privilegiada de la humanidad la que experimento una autentica metamorfosis en su espíritu, de sirviente obediente a individuo soberano y autónomo que desde un plano de igualdad establecía lazos de fraternidad y se comprometía con la búsqueda de la felicidad individual y del progreso humano, todo ello iba a tener grandes consecuencias en la extensión de la empatía para el conjunto de la humanidad. Así, ese individualismo iba a ser acompañado por una corriente de opiniones, como las de Rousseau y Goethe que enfatizaron la importancia de las relaciones con otras culturas y con la Naturaleza en el desarrollo humano, lo cual supuso un nuevo impulso en la extensión de la empatía. A su vez, el éxito de la novela como género, con su capacidad para hacernos revivir en la intimidad las aventuras, pasiones e interioridades de sus personajes provocó nuevas oleadas empáticas. El siglo XVIII es según Rifkin mucho más que la edad de la razón, fue un territorio en el que se libró un gigantesco tira y afloja entre razón y emoción, un tiempo donde aflora la sensibilidad e incluso el sentimentalismo. Por primera vez, la expresión pública de las emociones dejo de ser inconveniente e incluso se hacía una exagerada exhibición.

9. El pensamiento ideológico en la economía moderna de mercado

Pero igualmente, esta cultura, dependiente del régimen energético que se había consolidado desde la Baja Edad Media y basado en el uso masivo de la madera, llegó, a finales del XVIII, a su agotamiento. Había llegado el momento de la factura entrópica. La salvación vendría de la mano del carbón y la máquina de vapor dando paso a la primera revolución industrial. La aparición del ferrocarril y de la navegación, coincidiendo con la aparición de las rotativas de periódicos a vapor, iba a cambiar mucho la percepción del mundo, ampliando enormemente la capacidad de interesarse por muchos más temas.

Por su parte, el giro mental que supuso el romanticismo tuvo igualmente grandes consecuencias para el acercamiento entre los sexos, con la revalorización de la mujer como referente de la sensibilidad frente al hombre endurecido, seducido ante el carácter maternal y afectuoso. Ese giro también tuvo consecuencias positivas en la educación de los hijos que empezaron a ser vistos como depositarios de las virtudes naturales. Por otro lado el filósofo J. Bentham postuló por primera vez la cuestión de la compasión por los animales. En 1842 se acuñó el término vegetariano.

10. La conciencia psicológica en un mundo existencialista y posmoderno.

Posteriormente, la unión de la revolución eléctrica con el motor de combustión interna alimentado por petróleo daría luz a un nuevo régimen energético y de las comunicaciones. Con ello se entre en una nueva etapa: la conciencia psicológica. En esta nueva etapa, el lenguaje se llena de metáforas eléctricas que substituyen a las metáforas mecanicistas de la ilustración. Con la electricidad y sus efectos como referencia, el mundo físico parece menos materialista, al tiempo que el mundo de las ideas parece menos etéreo. “estar conectado”, “sobrecargado”, “echar chispas” o vocablos como polaridad, cortocircuito, energético invocan sentimientos inmateriales y nos dan los términos que necesitamos para explorar nuestra mente. El énfasis en la naturaleza singular de cada historia personal y la creencia en una realidad con múltiples perspectivas fomentaron un nuevo nivel de tolerancia. En poco tiempo, Freud alumbraría con la luz del psicoanálisis las habitaciones interiores del subconsciente. Las nuevas tecnologías como el teléfono, las luchas de las sufragistas, la escolarización pública y obligatoria, el nuevo concepto de adolescencia, todo ello, desembocará en la gran oleada empática que fueron los felices años veinte.

La era de la conciencia psicológica trajo consigo la aparición y consolidación hasta nuestros días de los grupos de autoayuda con la convicción de que la salud mental no pasa por el aislamiento ni por el diván, ni tan siquiera por el laboratorio, sino por un compromiso intimo del grupo. Esto supone poner en primer plano el compromiso empático. Lewin, psicólogo de la Gestald introdujo la noción de que intentar cambiar al individuo era fútil, a menos que el intento también condujera a la transformación del grupo en el que este participaba. La revolución contracultural de los 60, puso aún más énfasis en la igualdad de todos los hombres, extendió la exigencia de derechos y dio paso a la conciencia global y abrió el camino al pensamiento ecológico. Por su parte, el desarrollo económico, acompañado de una nueva revolución en las comunicaciones, nos metió de lleno en la era de la globalización.

Tercera parte: la edad de la empatía

11. El ascenso hacia la cumbre de una empatía global.

Así, llegamos al tercer bloque del libro, al que Rifkin llama “la edad de la empatía”. La globalización en los mercados financieros, en los transportes, en los peligros sanitarios, la aparición de los ordenadores y de internet y la formación de una tupida red de instituciones económicas, sociales y políticas han producido una civilización complejísima. El impacto psicológico de la globalización ha sido tan importante como el económico. El ágora electrónica global permite a millones de personas no solo identificarse con el sufrimiento humano, sino, además, actuar de forma compasiva. La enorme movilidad actual de las personas, aunque desigual, ha potenciado el cosmopolitismo. Los habitantes de las ciudades han superado en número a los que viven en medio rural. Todos nos hemos transformado en turistas, un idioma común se va abriendo paso. La consecuencia ha sido un ascenso hasta la cumbre de una empatía global.

12. El abismo entrópico planetario.

Pero hoy, más que nunca, nos amenaza la entropía. El salto que tiene lugar en la conciencia empática es posible gracias a la expropiación de grandes cantidades de energía y de otros recursos del planeta. Si bien ese gasto ha permitido, a una parte de la humanidad, un nivel de seguridad muy alto y así las condiciones que permiten pasar de unos valores de supervivencia, materialistas, a valores basados en la idea de calidad de vida, en la confianza en los demás y en la necesidad de cuidar el medio ambiente, otra parte de la humanidad, la mayoría de la población mundial, se ha empobrecido y camina en dirección contraria.

En cada uno de esos momentos ha habido un avance en la capacidad para comprender al otro, y cuanta más energía hay disponible, más capacidad para comprender a los que están más lejos de uno, tanto físicamente como psicológicamente, como biológicamente, es decir, somos más empáticos. Pero al mismo tiempo, más exprimimos todos los recursos de que dispone el planeta, dejamos una cantidad gigantesca de residuos, cada vez somos más y más tensamos la cuerda que soporta el delicado equilibrio que sostiene a la biosfera.

Para Rifkin, el binomio empatía – entropía viene a constituir una especie de unidad indisoluble que como si fuera una bola de nieve que se desliza por la pendiente, va aumentando progresivamente su tamaño, y con algunas excepciones, de manera constante. Así parece que hemos llegado al punto en que la bola es tan grande que amenaza con enterrarnos a todos. De lo que se trata pues es de detener ese avance a base de deshacer el binomio, es decir, que el grado de empatía global al que nos aproximamos sea suficiente para, desde la voluntad colectiva surgida del libre albedrio adoptemos una praxis que ponga fin al deterioro del medio natural, que nos reconecte con la naturaleza. Esa reconexión con la biosfera sería una experiencia empática que debe sentirse tanto emocional como intelectualmente.

Hay razones más que evidentes, para reflexionar, cambiar y actuar rápidamente. Una de las cosas más sorprendentes es que todos los estudios demuestran que lo que comúnmente entendemos como calidad de vida o felicidad, disminuye cuanto más aumenta la acumulación de riqueza y más materialistas sean los valores que se tienen. De hecho, el ansia por la felicidad es todo un síndrome adictivo en nuestra sociedad que nunca consigue calmarse. Rifkin apunta que los estudios también sugieren que los valores menos materiales se dan en los contextos familiares donde el cariño está más presente. Sin embargo, el exceso de “mimo”, provoca confusión y inseguridad, lo cual hace a los jóvenes más fácilmente explotables por la publicidad consumista. Rifkin apunta a ella como uno de los impedimentos principales para la creación de una conciencia de la biosfera.

En resumen, la empresa crítica que tenemos por delante consiste en imaginar un régimen energético y una revolución económica en los que los tipos de energía que utilicemos puedan encontrarse en nuestra propia casa, que se distribuyan de forma relativamente igualitaria por la Tierra, sean fácilmente accesibles y gratuitos y puedan renovarse con el cambio de las estaciones y los ciclos de la biosfera. Ese régimen debe de permitir la posibilidad de alcanzar el umbral de la calidad de vida sin socavar la salud de la biosfera.

13. La era emergente del capitalismo distributivo.

La última parte del libro explora los caminos que nos pueden conducir a ese ideal. De entrada, hay que aprovechar el nacimiento de la Tercera Revolución Industrial que las nuevas tecnologías están provocando, para reorientarla en esa dirección. Esos cambiós deben de configurar un nuevo modelo económico: “el capitalismo distributivo”. Para ello, como primer pilar de ese sistema, es necesario reconfigurar las redes energéticas: permitir la obtención particular de energías renovables, permitir compartirla siguiendo el modelo de internet a través de redes inteligentes. Un segundo pilar, es la renovación en la forma de construir. Los nuevos edificios han de ser capaces de generar, a partir de energías renovables, su propia energía e incluso venderla. Un tercer pilar es que hay que desarrollar las infraestructuras necesarias para su almacenamiento. Aquí Rifkin recupera el tema de las el hidrógeno como medio universal para el almacenamiento de las energías renovables. A esa combinación de productores y generadores de energía, Rifkin lo llama “generación distributiva”.

Convertir a una mayoría de ciudadanos del planeta en productores de energía, supone una notable transformación en el reparto de poder, una reglobalización desde abajo. El abandono de los combustibles fósiles y del uranio traerá como consecuencia el abandono mundial de la “geopolítica” por una “política de la biosfera” que eliminará gran parte de las fuentes de conflicto actuales y primará el sentido colectivo de responsabilidad a la hora de salvaguardar los ecosistemas.

Aunque de manera aún muy minoritaria, cada vez son más los proyectos empresariales basados en la completa transparencia de la información útil, base fundamental para un trabajo en equipo cada vez más extenso y participativo. El ejemplo del sistema operativo Linux ha inspirado a otras empresas, como la empresa de biogenética Cambia, que preocupados por la dependencia y el abuso que generan empresas como Montsanto, han decidido publicar sus propios descubrimientos genéticos a través de un agente de licencias abiertas llamado BIOS. Otras empresas como Cisco, Procter and Gamble, Boeing han decidido abrir a los demás sus conocimientos relevantes y “producir en equipo” (peering). El potencial de colaboración humana conectado a través de la “informática distributiva” puede llevar la economía a nuevos territorios donde lo normal sea la honestidad, la interconexión la participación, y la actuación global. La idea clásica de que la ganancia ajena se produce a expensas de las pérdidas propias se ve substituida por la idea de que una mejora en el bienestar de los demás amplifica el bienestar propio. El copyright choca con internet.

El propio concepto de propiedad privada está mutando. Las nuevas tendencias en el comercio mundial tienden a potenciar el uso y la relación prolongada basada en el servicio frente a la tradicional compra de objetos de consumo, sean de pequeño o gran precio. En una red pura, proveedores y usuarios substituyen a vendedores y compradores y el acceso a uso de los bienes en segmentos amplios de tiempo substituye al intercambio físico de mercancías. Esto a su vez influirá en la manera de ejercer el uso de la energía y los recursos naturales. Al no cambiar de propiedad, el productor será responsable de toda la vida útil de lo que produce hasta su desaparición o reciclaje.

El cambio en el concepto de propiedad pasa de ser una noción excluyente, a todo lo contrario, al derecho a no ser excluido del disfrute de algo, que es de hecho su sentido más antiguo, el del acceso a las propiedades comunales, o a navegar o transitar. Pero además, ahora, el derecho de propiedad también incluye cosas inmateriales, como el disfrute de la calidad de vida. Rifkin apunta hacía una nueva utopía cuando afirma que en esa nueva sociedad que hace posible la Tercera Revolución Industrial, la propiedad se ha de convertir en el derecho a participar en un sistema de relaciones de poder que permita al individuo vivir una vida plenamente humana.

Además, la transparencia en la información ha de dar paso a una auténtica fraternidad, mediante la franqueza para con los demás sobre los sentimientos, creencias y acciones propias. La productividad guarda correlación con los sentimientos positivos hacia los compañeros de trabajo. Todo esto tiene su traslado al terreno de la política local. Solamente uniendo el fomento de la iniciativa empresarial individual en el mercado de las energías distributivas, con la colaboración ininterrumpida entre barrios, comunidades, ciudades, regiones y naciones en la recolección, almacenamiento y distribución de la energía, podremos crear una economía global sostenible en el siglo en que entramos.

14. El yo teatral en la sociedad de la improvisación.

En el penúltimo capítulo, Rifkin teoriza lo que él entiende como la nueva etapa de la conciencia que ya se ha instalado entre nosotros y que viene a substituir a la conciencia psicológica basada en la búsqueda de autenticidad del yo. En el siglo XX esa idea del yo como centro, ligada indisolublemente a la problemática de la aceptación social, ha sido una obsesión. La sensación de extravío, pérdida, desorientación, incapacidad para controlar el destino, generó a lo largo del siglo pasado la aparición de los grupos de autoayuda y la experimentación con los juegos de rol. Para Rifkin, esa tendencia, se ha acentuado hasta tal punto que confluyendo con la aparición de las redes sociales: Facebook, MySpace, Youtube, i los blogs, y los nuevos regímenes energéticos, nos hemos convertido en actores. A diferencia del siglo XX en que la mayoría de las personas estábamos viendo el desarrollo de los acontecimientos mundiales como público, ante la televisión o el cine y la radio, hoy las redes sociales nos han subido al escenario y todos parecemos estar bajo los focos. El yo se ha vuelto teatral. La costumbre generalizada de hablar de los actores, deportistas, artistas de moda y estrellas mediáticas en general como si fueran amigos nuestros cuyas vidas se cruzan con las nuestras, parece habernos preparado para esta nueva situación. Hoy en día, millones de personas, especialmente los jóvenes, se pasan la vida interpretando diferentes papeles y actuando para otras personas. Millones de cámaras web, teléfonos y otros medios están retransmitiendo on line el autentico y genuino reality show global, han hecho de los quince minutos de fama que Warhol nos prometió, una pequeñez comparada con esta representación permanente, la más duradera de la historia. La era dramatúrgica ha llegado, sentencia Rufkin. Lo que hoy consideramos realidad, es una construcción teatral.

Esta nueva situación tiene sus dos caras. Por un lado, la supuesta pérdida de la autenticidad, lejos de ser nociva, abre paso a muchos potenciales, pues de la necesidad, virtud, ya que a la dificultades crecientes para mantener la atención de los otros hemos tenido que desarrollar una gran habilidad para la interpretación y la improvisación de multitud de roles, lo cual nos abre constantemente nuevas perspectivas y nuevos territorios con los que engrandecer nuestra experiencia vital. Además, sugiere Rifkin, cuando la interpretación profunda se utiliza con los fines prosociales adecuados, estamos ante una potente herramienta mental que permite estimular los sentimientos empáticos. De esa manera, podemos pasar de un sistema de creencias centrado en el yo, a la conciencia de un parentesco inseparable con los demás, eso sí, siempre que el sentido del yo no se diluya. Si se pierde el yo como conjunto único de relaciones y se convierte en un “nosotros”, la empatía se pierde y la progresión hacia una conciencia global muere.

Pero, ese no parece el peligro, por lo menos el inmediato, ya que, por otro lado, hay un lado obscuro en el yo teatral: el que ese uso de las tecnologías de la comunicación nos conduzca a un narcisismo descontrolado, un voyeurismo sin fin y un hastio impotente. El deseo de fama se ha convertido en una obsesión para muchos jóvenes. Los centenares de reality shows captan el profundo anehelo de la generación más joven por ser “descubiertos”. Como una causa que no ayuda precisamente a evitar el fenómeno, Rufkin recoge la opinión de algunos pedagogos, como la doctora J.M. Twenge, que apuntan al exceso de autoestima que padres y pedagogos han fomentado hasta el punto de sobrestimar la propia valía y potenciar perspectivas profesionales poco realistas.

Rufkin, por último, mira con esperanza lo que llama “la generación del milenio”, la primera nacida después de Internet y plenamente en sintonía y uso de las nuevas tecnologías de la comunicación. A diferencia de la generación anterior, la llamada “generación X”, Rifkin considera que hay una opinión más favorable a la necesidad de que los gobiernos proporcionen servicios públicos para los más necesitados y de que haya una legislación que cuide del medio ambiente. También son más cosmopolitas y favorables a la emigración. Se trata de la generación más diversa racialmente y también la más tolerante de la historia, la más favorable a la igualdad de género y a defender los derechos de homosexuales, discapacitados y demás seres vivos .Finalmente, también aborda la polémica sobre el empobrecimiento del lenguaje y la disminución de la capacidad lectora.

15. La conciencia de la biosfera en una economía mundial de clímax.

En general, Rifkin cree que ese y otros peligros están ahí, y son una posibilidad. Todo está abierto y depende de nosotros. El reto está en comprender que lo que cuenta es actuar con conciencia de globalidad; entender que el sistema es más que la suma de las partes; que Gaia, en expresión de Lovelock, funciona como un organismo vivo que se autoregula, pues todos los procesos geológicos y biológicos interactúan entre sí. Así pues, nuestra responsabilidad se concreta en actuar en nuestros barrios y comunidades utilizando formas que fomenten el bienestar general de la biosfera que todos habitamos. Está surgiendo una nueva ciencia. La vieja ciencia que dejamos atrás, valoraba sobretodo la autonomía respecto a la naturaleza; la nueva, la participación en ella. La reconexión con la biosfera es una experiencia empática que debe sentirse tanto emocional como intelectualmente para ser significativa. Además debe de ponerse en práctica.

Comentario final

Sin duda, ha sido un placer intelectual y emocional hacer esta lectura y su recensión. Mi intención ha sido recoger todas las ideas importantes que aquí se han ido desgranando. Creo que está lo esencial, pero desde luego falta todo el enorme grueso de la argumentación y la enorme cantidad de citas que Rifkin presenta. Desde luego impresiona su erudición, no es el suyo un proceso de iluminación, sino el resultado de una investigación exhaustiva y ordenada. Desde el punto de vista académico, es un trabajo impecable. Con esto pretendo animar a la lectura del libro, pues allí se encuentran multitud de autores poco conocidos para los no especialistas (como yo), en los cuales apetecerá bucear quien tenga inquietudes específicas (hay que aprovechar la red).

Pero lo que me animó de verdad, fue encontrar un discurso tan positivo en un momento tan deprimente como el que vivimos. Aunque en realidad no es tan positivo, la cosa esta cruda y al acabar la lectura, uno siente que el optimismo que despertó al principio ese relato sobre el crecimiento constante de la empatía en la naturaleza humana, no está justificado, pues el abismo entrópico y los peligros narcisistas y anuladores del consumismo y la adicción que la riqueza produce, junto con el deterioro real, no ya de la calidad de vida del Primer Mundo, que también, sino de la misma capacidad de supervivencia de la mayor parte de la humanidad, hacen ingenuo cualquier optimismo.

Con todo y con eso, el relato de Rifkin viene a poner un poco de orden en toda esta vorágine de cambios climáticos, tecnologías nuevas, crisis de todos los modelos económicos y sociales, alarmas medioambientales imperiosas, y demás perturbaciones que no nos dejan sosegarnos. Según Rifkin, la posibilidad de que las cosas se arreglen, hayla, que dirían los gallegos, y aunque difícil, no queda otra cosa que hacer que luchar para que sí, para que nuestros hijos y los de los demás tengan, sino un futuro boyante, al menos un planeta en el que poder seguir luchando por el bienestar de todos.

Visto des de la trayectoria generacional a la que pertenezco, el izquierdismo revolucionario de nuestra juventud, confrontado con la brutal realidad de los supuestos países socialistas, llenos de crímenes horrendos hasta la bandera, junto con el acomodamiento consumista que el capitalismo nos ha dado, nos ha obligado a olvidarnos de él definitivamente. Hoy ni Fidel Castro da un duro a favor del estado revolucionario. Aún así, entre nosotros, queda un “rescoldo” de izquierdismo nostálgico del que la mayoría no se quiere desprender, pues representa un compromiso ético con los más débiles. Eso es sin duda muy noble y habla favorablemente de nuestra generación. Pero, por eso, la perspectiva teleológica que plantea Rifkin (la conciencia empática global como destino de la humanidad) o la utopía distributiva de la energía i del poder, puede parecer como un abandono de la defensa de los más pobres.

Muchos de mis amigos y amigas torcerán la nariz cuando se les presenta delante conceptos como “capitalismo distributivo Pero, ¿no será que ya toca pensar de otra manera? En la complejidad enorme de la globalización real, ¿podemos seguir pensando el mundo en términos de clases que se enfrentan? ¿O quizá la contaminación ética, además de la medioambiental, que supone vivir en el derroche consumista en medio de un mundo hambriento que está al borde del abismo, no se ha introducido profundamente entre nosotros (los del primer mundo), hasta el punto de no tener ya derecho a situarnos en el bando de las víctimas? Eso incluye también a la clase obrera del primer mundo.

Sí amigos, hay que buscar otro lugar mental para poder abordar los retos actuales. No podemos excluir a nadie, ni solo culpabilizar a la élite político económica, a la que habrá que ajustar las cuentas de su responsabilidad, si se puede, pero con ello no hay solución. La responsabilidad es global y esa es una perspectiva necesaria que implica la necesidad de buscar y encontrar lo que nos une. Eso es, creo, lo que Rifkin aporta, la necesidad de centrarnos en la búsqueda de un cambio energético que nos haga dueños de esa energía y de su distribución; el que sepamos aprovechar la revolución comunicativa y el acceso a la información global, para eso, para empatizar, comunicar y coordinar nuestra necesidad y voluntad de no dejar que este mundo se suicide. En ese sentido, la microcomunidad intelectual, heredera del izquierdismo o no, antiguos intelectuales y recién llegados, tienen, si quieren, una honrosa misión: utilizar toda la retórica posible para convencer de la necesidad imperiosa de cambiar, por el bien de todos. Hay que ponerse en el lugar de los demás.

Barcelona 11 de setembre de 2010

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